Comentario
La otra cuestión es la de la defensa del poder feudal frente al movimiento corporativo que llegó a amenazar su integridad. Pues bien, suele considerarse que las corporaciones de oficio fueron una estructura de solidaridad horizontal que se cruzó en la solidaridad vertical y jerarquizada de la clase dominante feudal. Pero, esas corporaciones de artesanos, gentes de oficio y comerciantes, ¿buscaban los mismos fines solidariamente o con egoísmo corporativo y discriminador? Es verdad que al comienzo las cofradías sociales, como las exclusivamente religiosas, fueron una manifestación de solidaridad bienintencionada, pero luego fueron cayendo en la dominación y control de los señores o de las mismas corporaciones de oficio. Muchas cofradías religioso-sociales fueron absorbidas por estas corporaciones de oficio que establecían un control jerárquico de la sociedad urbana, buscando la ética profesional a través del ejercicio de un monopolio inviolable para los intrusos y advenedizos, impidiendo los comerciantes, por ejemplo, la venta por los artesanos de sus propios productos y llegándose a establecer entre el burgués mercader y el menestral la misma distancia que había en el campo entre el propietario feudal y el campesino obstaculizado en su desarrollo por las cortapisas señoriales.
La diferencia entre la gran producción y distribución de mercancías con respecto al pequeño comercio, basado en la reducida producción artesana espontánea, llegara a ser abismal; hasta el punto que en el primer caso se puede hablar incluso de un capitalismo mercantil de las grandes transacciones internacionales, y en el segundo de una oferta encorsetada todavía por los obstáculos señoriales, que servían para controlar el mercado local y la distribución, limitando las posibilidades de desarrollo y el consumo interesado.
Además, entre la clase feudal y los pequeños comerciantes va a existir otro tipo de estrecha relación y dependencia. La establecida por la necesidad de acudir los señores a los préstamos de los comerciantes y la premura de estos últimos por garantizarse la adquisición de sus mercancías en el entorno señorial y con las mayores facilidades del señor para dicho consumo. En el Londres del siglo XII, los personajes más importantes eran los funcionarios o delegados de los grandes señores feudales que se asociaban en una cofradía de servidores suyos, siendo comerciantes de vino para la aristocracia y para el rey, y especializándose después (en el XIII) en el gran comercio, chocando con las corporaciones de oficio que defendían otros intereses; antes de que a fines de dicha centuria todas las corporaciones urbanas londinenses fueran dominadas por los grandes comerciantes. Fenómeno repetido en distintas ciudades europeas por los mismos siglos.
Otras ciudades eran administradas por magistrados delegados del rey (bailes) con funciones diversas según los casos, pero aplicando al regimiento y gobernación principios similares a los de cualquier otro señor feudal. En ellas, los intereses burgueses los defendieron las gildas (gilda mercatoria), a cuyos miembros acabaría entregando el rey el gobierno urbano.
Dentro de este avance hacia la autonomía municipal hay que situar el progreso en el movimiento comunal agrario o urbano. Cuando los burgueses conseguían garantías de autonomía administrativa y judicial para su ciudad, una asamblea de vecinos organizaba la defensa, se preocupaba de la fiscalidad y aseguraba el orden y la justicia a través de la elección de magistrados que, con diversos nombres (escabini, cónsules, pahers) regían sus destinos como un señorío colectivo que podía explotar, a su vez, a las aldeas próximas de la periferia con carácter exclusivamente rural (señorío urbano, alfoz, contado).
No obstante, en ocasiones se produjo un retroceso posterior de las libertades ciudadanas cuando se pasó de un régimen participativo a otro oligarquizado o monopolizado por un sector o clase preeminente, identificado con el patriciado. De forma que muchas sociedades urbanas fueron presa de un nuevo despotismo después de haberse liberado con grandes dificultades del dominio feudal.
Los nuevos grupos sociales, extraños a las comunidades tradicionales y asentados en las ciudades, crearon a la larga nuevas tensiones sociales, adoptando una postura de disidencia frente a situaciones establecidas. En el intento de evadirse de la antigua condición, adquirieron una cohesión cuando sus miembros alcanzaron conciencia de grupo, contribuyendo a dicha conciencia la impresión que tenían de estar excluidos de la comunidad tradicional feudalizante.
Las coacciones con las que la clase señorial se beneficiaba de la explotación y el control campesino, hicieron mella en los que empezaban a rechazar el sistema imperante. Guibert de Nogent (siglo XII) escribió al respecto que los mutuos furores animaban a los señores contra los burgueses y a los burgueses contra los señores ( recordemos la revuelta de los burgueses de Sahagún, estudiada a fondo por Reyna Pastor); porque, como escribe J. L. Romero, "los odios hicieron su parte, pero acaso contribuyó más a vigorizar la conciencia de grupo la posesión en común de ciertas normas y la coincidencia en ciertos valores. Quienes dependían de su trabajo, de su éxito y de su enriquecimiento para perfeccionar su ascenso social y mejorar sus condiciones de vida adquirieron del trabajo, del éxito y de la riqueza una nueva idea. Se desarrolló en ellos una mentalidad mercantil, y quienes la adquirieron comenzaron a regirse por valores desusados hasta entonces, cuya defensa contribuía a estrechar sus filas. Las clases privilegiadas fueron a sus ojos clases ociosas, y el ocio adquirió para ellos un valor negativo; siendo valores positivos, en cambio, la riqueza en primer lugar, pero, además, nuevos principios morales relacionados con su actividad, como la honradez, que tendería a confundirse con el honor burgués. Muy pronto, las actitudes espontáneas se habían transformado en normas expresas que revelaban el vigor de la conciencia de grupo".